05 noviembre, 2008

Toral de los Vados


En una zona de tierras bajas,
donde vados, toros y prados,
antaño dieron nombre a este pueblo,
donde los hermanos ríos,
moribundos aunque caudalosos,
eligen como lecho de muerte
sus plácidas riberas bordadas,
al cobijo de las humeiras
que a la orilla se encaraman.
Extensas alamedas al paso
que en otoño cubren el suelo
con los despojos de sus hojas,
alfombra del paseante,
laberinto de los sentidos despiertos.
Orientado al norte, elevando su testuz,
preside el interfluvio de sus ríos,
con la caliza y su riqueza,
las cuevas, refugio del silencio,
en tiempos de posguerra.
Ascendiendo por esos cerros,
los centenarios castaños
acogen al caminante en su seno,
tapizadas laderas de pasto
anuncian la proximidad del convento,
férrea estructura de piedra
que desafía el paso del tiempo.
Es Toral de los Vados,
raíz, semilla que germina,
prospera floreciente en el estío,
con el frío entra en letargo y duerme.
Fértiles son sus huertas,
lástima del polvo grisáceo
de despiadadas canteras
metiendo el futuro en un saco.
Luz y sombra, cruce de caminos,
alameda, viñedo y arcilla,
ilusión emergente que palpita
en su inminente destino.

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